miércoles, 21 de enero de 2015

Había noche



Y bueno, no había entradas para el cine, ni invitaciones de ir a la cama juntos. No bebimos vino tinto en lindas copas, ni nos besamos, luego, como locos. Sólo había una cerveza y cuatro tazas de café —tres para mí y una para ella—, tres chocolates y un obsequio de inmortalidad.    
Había tres manos juntas y dos labios que besaban a la más delicada de ellas, había música de la que suena en todo sitio que pretende tener un buen ambiente.

¡Había miradas!… dulces miradas.
Había noche en sus ojos, había dentro de ellos todo un universo y a mí me sobraban las ganas de explorarlo. Había noche por tocar en su cabello, había ansias de enredarme en él hasta olvidarme para siempre de la luz. Había fuego de noche en sus labios y ardía la apetencia en mí de morderlo. Había noche en su piel, era un lienzo transparente; el más precioso para pintar figuras  aun más oscuras con la ceniza que sería mi cuerpo de haber alcanzado sus labios. Había deseo de entrar en ella, había  anhelo de fundirme con la noche.


sábado, 27 de julio de 2013

Ella y él




1

Venía empujándose a sí mismo sobre la acera de la calle principal. Su silla de ruedas ya estaba vieja y desgastada, rodaba a regañadientes y chillaba en cada giro de las llantas que hacían muecas de cansancio. Comenzaba el desayuno que compró al joven del triciclo: un atole y un tamal. Pagó con el dinero que ganaba vendiendo dulces a la gente que, por caridad, le compraba.
Sus hijos y su esposa, a quienes dio siempre todo lo que quisieron, y más aún,  lo habían abandonado al amparo del aparato que lo soportaba después de aquél accidente.

2

Una mujer turbulenta despertó en una banca de la plaza central y se dirigió a la tienda de licores. Tenía el cabello del lado izquierdo echado sobre el rostro. No venía tendiendo la mano, como acostumbraba pasar buena parte del día, ahora tenía consigo el dinero suficiente para allegarse de un buen destilado de caña.
Dicen que de joven trabajaba entreteniendo a los clientes del bar de un lujoso hotel ubicado a unas cuantas cuadras de donde se hallaba ahora. Tenía muchas visitas ya que era increíblemente hermosa. Pudo haber hecho cosas grandes con su vida de no haber sido por ese lamentable suceso.

3

Terminó sus alimentos y regresaba a su sitio de trabajo. Traía en la cabeza un sombrero roído que aún guardaba de aquellos prolíferos años, el último que compró con el exquisito sueldo que le dejaba su puesto como administrador de una importante firma bancaria. Lo calzaba con dignidad, con el aire de Don Juan que tenía tan acentuado a pesar de su condición actual, sonreía a las mujeres elegantes que pasaban a lado suyo.

4

Intoxicada todavía de la noche anterior, caminaba en su imaginación como una destacada modelo de pasarela, miraba a los hombres a los ojos y se convencía de intimidarlos porque ninguno era capaz de sostenerle la mirada.
Compró su bebida y volvía a la comodidad de la plaza.

5

Él terminaba una venta, alzó la mirada y la vio. Ella caminaba con la cabeza gacha, ya relajada por los primeros sorbos del mágico líquido. Levantó la cara después de casi chocar contra los pies de él. El tiempo se detuvo, sus corazones también por un momento y luego comenzaron a latir alocadamente hasta llenar de sangre el rostro de ambos. La mirada de él era una mezcla de sorpresa y gozo; la de ella, de nostalgia y casi amor.

6

Ella lo recordaba metido en su costoso traje de renombrado diseñador italiano, con el sombrero ladeado y con la billetera llena, dispuesto a satisfacer todos los antojos que pudiera tener una chica de su edad.
Él recordaba su liguero asomándose por la cortísima falda, acentuando la belleza de sus largos, suaves, tibios y torneados muslos; sus pies metidos en los finos zapatos que él mismo le proveía.

7

Veinte años atrás él entró en el bar aquel y la conoció. <<Lindo sombrero>> fue la frase con la que ella se acercó a él pensando que sería sólo uno más a quién abrazar y besar durante esa noche, y que jamás volver a verlo.
<<Sí que lo es>> contestó él llevando los dedos al ala del objeto en cuestión mientras volteaba para mirarla, descubrió la belleza inimaginable y desde entonces se convirtió en su amor de cada noche después del trabajo y antes del martirio de su hogar –si es que lo tenía-.
Vinieron a su mente las miradas, las carcajadas, la pasión desbordada en aquellos fines de semana en alguna playa con amaneceres sobre la arena.
Ella estaba enamorada de los lujos que él le procuraba, de su protección, de su poder adquisitivo, nunca de él y él no lo sabía; él, en cambio, sí moriría por ella.

8

Llegó una crisis financiera al país, además de la que se intensificó en la familia de él, que le impidieron por mucho tiempo visitarlas a ella, y a las copas del bar. 
Un buen día apareció por ahí, usaba un traje nuevo, nuevo también el sombrero, aunque ya su posición financiera estaba desplomada. Había mandado por ella hace ya un buen rato ante la sonrisa burlona del mesero, pero ella nunca llegó a su mesa. Con la ansiedad que tenía por verla, las copas se le subieron a la cabeza casi de forma inmediata, desesperó y fue a buscarla él mismo. La descubrió besando a otro, quiso mantener la calma y entender que ese era su trabajo y así la había conocido. Se acercó a saludar sin poder pronunciar correctamente las palabras. La nueva conquista preguntó por la identidad del recién llegado, él se presentó como el novio de ella, ella soltó una carcajada y negó conocer a ese borrachito tan gracioso y propinó un gran beso al hombre aquel. Él apartó al tipo con un golpe en el rostro, y a ella la tomó del brazo, enseguida aparecieron los hombres de seguridad, lo golpearon en el estómago y en la cara. Lo aventaron a la calle aturdido y dolido. Se sentó contra la pared, bebió -cortándose el labio inferior- la gota de vino que quedó en la copa que nunca soltó y que se había roto en el altercado.

Después de un rato, ella salió con el millonario, iban a subir al auto de éste, pero él no podía permitirlo. Los interceptó, el hombre adinerado se marchó por mero fastidio, dejándolos solos a ella y a él.

En una acalorada discusión ella le dijo que ya no podían estar juntos, ahora era la mujer más cotizada de la ciudad y que él era sólo un hombre pobre. Que ahora había personas que le daban cada una el triple de lo que él pudo darle en su mejor racha; y sobre todo, a diferencia de él, ninguno tenía problema por la existencia de los otros, nunca dudaban en compartirla.
Esto último dicho con una indecencia y cinismo sin iguales, que él terminó por llamarla puta, a ella se le escapó una cachetada, él enardecido, se la devolvió sin reparar en que aún tenía la copa en la mano que soltó el golpe. Ella cayó al suelo en medio de gritos y sangre, él intentó levantarla arrepentido, ella siguió gritando. Él echó a correr huyendo del policía y de los guardias del bar que ahora sí venían decididos a matarlo.

Cruzó la avenida y se perdió por las calles. Cuando se sintió a salvo aligeró la carrera sin darse cuenta de la cercanía del auto que ya no pudo esquivarlo y lo lanzó al aire por el impacto. Quedó tendido sobre el asfalto.
Despertó para enterarse de que nunca volvería a caminar, que su mujer había ordenado el divorcio y sus hijos querían irse con ella a España, de que ya no tenía trabajo, y sobre todo, que a ella la había perdido para siempre.

9

La trasladaron de inmediato al hospital, perdió el conocimiento debido a la sangre que escapó de su cuerpo.
Despertó para enterarse de que había perdido el ojo, de que su principal pretendiente adelantó su viaje a París y ni él, ni ningún otro estaban ya interesados en ella, de que ya no tenía su trabajo en el bar y de que el gran y oculto amor que sentía por él, ahora se había transformado en odio.

10

A él, su antigua familia le había quitado lo poco que le quedaba, excepto su silla de ruedas. Desde entonces duerme sentado en algún rincón de la calle.
A ella, él le quitó todo, pues su cara y sus piernas eran todo lo que ella tenía, y el acceso a lo segundo se veía truncado por la repulsión que causaba lo primero en su nueva condición. Comenzó a beber y beber hasta perder la noción del tiempo y del espacio. La echaron del piso que alquilaba, desde entonces vive en la calle.

11

Pasaron dieciocho años para que volvieran a verse; dieciocho años en los que él no dejó de amarla, en los que a ella le ganó la batalla el amor y lo perdonó sin que él lo supiera o hubiera pedido, la mitad, en que ella se sentía culpable por haberlo lastimado.

12

Ahí estaban, frente a frente. Él con la cara blanca, ella con las piernas temblorosas. Se sonrieron, <<Lindo sombrero>> dijo ella. <<Sí que lo es>> contestó él. Ella se arrodilló para verlo de frente, él le apartó cariñosamente el pelo de la cara y se descorrió una gruesa cicatriz de la ceja a la mejilla que le sellaba los párpados. A él se le escurrieron varias lágrimas, a ella, sólo las del ojo sano que aún era hermoso.

<<Perdóname>> dijo ella, <<perdóname tú>> contestó él. Se abrazaron sin decir nada, sin pronunciar nada, sólo se oían sus lastimeros llantos. Al separarse sonrieron nuevamente, se limpiaron las lágrimas. Sonrieron resignados; ya no había tiempo para el amor, sería una profunda pena mirarse uno al otro cada día. Amaban sus recuerdos y la posibilidad que alguna vez tuvieron. Ahora eran viejos con las vidas deshechas que ya nunca podrían rehacerse.

Ella se incorporó sin apartar la mirada. Acarició su mejilla, él su mano. Se separaron las miradas, ella se cubrió de nuevo el rostro con el pelo, y echó a andar sin voltear, él siguió ofreciendo sus productos sin verla partir tampoco.

La vida siguió para ella una semana más; para él, dos meses. 

Volver a verse era su antojo antes de morir, y con ayuda del destino fielmente se cumplieron el uno al otro.


martes, 28 de agosto de 2012

La muerte caminaba detrás de él


Miró tras sus lágrimas la fotografía de sus hijas y su esposa junto a él en navidad. Giró sobre su espalda y dijo entre suspiros a la muerte:

¡Hazlo ahora! Por piedad. 

Ésta se acercó y lo envolvió en un abrazo maternal, recogió el brazo derecho,  dejando ver la mano desnuda de piel que colocó sobre su pecho. Su corazón comenzó a dar saltos infinitos y rápidos. Ella le besó las mejillas y su rostro se llenó de sangre. Su cuerpo se agitaba bruscamente y ella lo presionaba contra el suyo infundiendo consuelo. Él buscó sus ojos, le dejó una mirada de agradecimiento y de profundo amor. Caía la noche dentro de sus párpados, el sueño sobre su conciencia que ya jamás despertaría.
Ella le besó los labios y lo depositó suavemente sobre la alfombra. Al entrar la policía, ya sólo descansaba en el piso un muerto de rostro sereno.  

jueves, 16 de agosto de 2012

La caída

Ya había olvidado el sabor del desastre, la abrasiva caricia de la desgracia estrujándome todo el cuerpo, la negación ante el dolor de un madrazo bien puesto provocado por mi necedad a querer hacer bien las cosas. Y es que uno se siente caer, oye su propia voz transportando un gemido arrancado con fuerza al comprimírsele las costillas contra el suelo; uno abre los ojos y se dice a sí mismo “No es cierto, esto no pasó y éste no soy yo”…

Las sensaciones del brazo izquierdo roto (sólo en calidad de sospecha) y el tobillo derecho torcido como un resorte del colchón sobre el que estoy tendido, me dieron conciencia; algo así como una luz de sabiduría que bajó del cielo a decirme: “No te levantes, no te muevas. Será peor si intentas algo”. Cerré los ojos y pensé: ¡Ni madres! Qué pinche pena si alguien me ve aquí todo madreado>>

Me levanté como pude, era impensable volver a casa puesto que no tenía llaves para abrir la puerta del edificio, ni la de mi casa (por algo me di en la madre).

Fui rengueando unos 35 metros hasta la banquita del jardín más cercano mientras hacía un análisis detallado y minucioso de lo ocurrido hace no más de dos minutos, análisis en el que traté de incluir diversos factores que pudieron influir en mi fallido plan. Después de darle vueltas y vueltas llegué a una sola conclusión: ¡estoy bien pendejo!

Me senté en la banquita  sin dejar de sostenerme el brazo izquierdo con el derecho y de gesticular gracias al dolor que abrazaba todo mi ser, incluidas mi razón y  capacidad para resolver el asunto.

Pasó una señora que paseaba a su perro mientras yo balanceaba mi cuerpo de atrás hacia delante buscando un poco de calma con los ojos cerrados. Al abrirlos, ella me miraba de frente y fijamente como pensando Cabrón vicioso, ya se le pasó la mano>>
– Buenas tardes –me dijo al verse sorprendida en su calidad de chismosa.
– ¿Qué tal, señora? Buenas tardes –contesté yo en mi calidad de pésimo actor al intentar ocultar que algo estaba mal. Como sea, ella no se interesó.

Saqué el celular (que aún reproducía no sé qué canción, pero es buenísima, yo lo sé). Para variar no tenía saldo.
Hay un teléfono de monedas en la placita”. Voló una voz.
Caminé pujando unos 50 metros más, apenas si pude sacar las monedas de mi pantalón, apenas si pude marcar, apenas si pude hablar.
Sin explicaciones mayores dije a mi madre que iba al hospital, que sería lindo que me alcanzara ahí. (Después de todo, me encanta sentirme respaldado por ella).
– Adiós –dije y no recuerdo si devolví el aparato a su lugar o no.

Fui a la calle y tomé un taxi. Durante el trayecto, el conductor iba contándome una de sus hazañas sexuales, pero mi imprudente dolor en el brazo no me permitió ponerle atención. Estuve, quizás, ante un héroe nacional y me lo perdí a causa de mi distracción.
Aun así le guardo un profundo agradecimiento, ya que es él quien me consiguió atención inmediata ante mi incapacidad de articular palabras al llegar a la clínica. Sacó dinero de mi cartera para pagar las radiografías, me avisó cuando llegó mi madre; todo lo hizo bien (¡y yo, perdiéndome sus relatos!).

La explicación del médico que me atendió fue la siguiente:
“Mire, revisamos las placas. Lo que pasa es que del golpe, este hueso de arriba y este de abajo como que se juntaron, entonces por eso no puede flexionar. Debe ir con el traumatólogo para que le corrija este pequeño problema”.
Yo creí encontrar algunos detalles más relevantes, pero él es el que sabe, ¿no?

Salí de ahí con un par de radiografías, a mi parecer, bastante deficientes y costosas, con la camisa recortada, con un analgésico bajo la piel de mi trasero, y con mi bella madre caminando a mi lado.

Nos dirigimos con el traumatólogo, un médico y especialista de a de veras.
Echó un ojo a las placas y coincidió conmigo: esas radiografías son una mamada, pero a pesar de ello,  supo ver lo que éstas no dejaban muy claro; fracturas por todos lados. El cúbito y el radio despostillados en su punto común, además de que a éste último casi se le desprende la corona, por casi un milagro no se  partió completamente, pues, eso me habría encaminado directamente a una operación no sé si complicada o no, pero no quisiera descubrirlo. Adelante, no había tiempo que perder.

Doce gotas de analgésico en la boca, y a maniobrar con mi brazo, tal como lo haría un niño con una barra de plastilina. Prefiero no recordar los dolores que esto generó. Existe el testimonio de mi madre acerca de un llanto eminente, el cual no discutiré.

Recomendaciones: Medicamento, inmovilizador de hombro, reposo absoluto.

De vuelta a casa, donde todo sería lindo y armonioso entre mi brazo y yo. Que equivocado estaba, pues, el dolor y la incomodidad no saben o no les nace dar tregua. Pero bueno, esa es otra historia igual de bonita.

No sé si se me permita dar un consejo… ¿?

Igual lo haré: nunca salgan sin llaves y si lo hacen, no trepen por azoteas, bardas, edificios, etc; no se lo dejen todo a la suerte, o si lo prefieren a Dios. Sobre todo, hagan ejercicio; tendrán un cuerpo hábil, ligero y fuerte que les permita reaccionar ante un mal cálculo cuando salten de una altura de 2.30 metros…