Ya había olvidado el sabor del desastre, la abrasiva caricia de
la desgracia estrujándome todo el cuerpo, la negación ante el dolor de
un madrazo bien puesto provocado por mi necedad a querer hacer bien las
cosas. Y es que uno se siente caer, oye su propia voz transportando un
gemido arrancado con fuerza al comprimírsele las costillas contra el
suelo; uno abre los ojos y se dice a sí mismo “No es cierto, esto no
pasó y éste no soy yo”…
Las sensaciones del brazo
izquierdo roto (sólo en calidad de sospecha) y el tobillo derecho
torcido como un resorte del colchón sobre el que estoy tendido, me
dieron conciencia; algo así como una luz de sabiduría que bajó del cielo
a decirme: “No te levantes, no te muevas. Será peor si intentas algo”.
Cerré los ojos y pensé: ¡Ni madres! Qué pinche pena si alguien me ve
aquí todo madreado>>
Me levanté como pude, era
impensable volver a casa puesto que no tenía llaves para abrir la puerta
del edificio, ni la de mi casa (por algo me di en la madre).
Fui
rengueando unos 35 metros hasta la banquita del jardín más cercano
mientras hacía un análisis detallado y minucioso de lo ocurrido hace no
más de dos minutos, análisis en el que traté de incluir diversos
factores que pudieron influir en mi fallido plan. Después de darle
vueltas y vueltas llegué a una sola conclusión: ¡estoy bien pendejo!
Me
senté en la banquita sin dejar de sostenerme el brazo izquierdo con el
derecho y de gesticular gracias al dolor que abrazaba todo mi ser,
incluidas mi razón y capacidad para resolver el asunto.
Pasó
una señora que paseaba a su perro mientras yo balanceaba mi cuerpo de
atrás hacia delante buscando un poco de calma con los ojos cerrados. Al
abrirlos, ella me miraba de frente y fijamente como pensando Cabrón
vicioso, ya se le pasó la mano>>
– Buenas tardes –me dijo al verse sorprendida en su calidad de chismosa.
–
¿Qué tal, señora? Buenas tardes –contesté yo en mi calidad de pésimo
actor al intentar ocultar que algo estaba mal. Como sea, ella no se
interesó.
Saqué el celular (que aún reproducía no sé qué canción, pero es buenísima, yo lo sé). Para variar no tenía saldo.
“
Hay un teléfono de monedas en la placita”. Voló una voz.
Caminé
pujando unos 50 metros más, apenas si pude sacar las monedas de mi
pantalón, apenas si pude marcar, apenas si pude hablar.
Sin
explicaciones mayores dije a mi madre que iba al hospital, que sería
lindo que me alcanzara ahí. (Después de todo, me encanta sentirme
respaldado por ella).
– Adiós –dije y no recuerdo si devolví el aparato a su lugar o no.
Fui
a la calle y tomé un taxi. Durante el trayecto, el conductor iba
contándome una de sus hazañas sexuales, pero mi imprudente dolor en el
brazo no me permitió ponerle atención. Estuve, quizás, ante un héroe
nacional y me lo perdí a causa de mi distracción.
Aun así le
guardo un profundo agradecimiento, ya que es él quien me consiguió
atención inmediata ante mi incapacidad de articular palabras al llegar a
la clínica. Sacó dinero de mi cartera para pagar las radiografías, me
avisó cuando llegó mi madre; todo lo hizo bien (¡y yo, perdiéndome sus
relatos!).
La explicación del médico que me atendió fue la siguiente:
“Mire,
revisamos las placas. Lo que pasa es que del golpe, este hueso de
arriba y este de abajo como que se juntaron, entonces por eso no puede
flexionar. Debe ir con el traumatólogo para que le corrija este pequeño
problema”.
Yo creí encontrar algunos detalles más relevantes, pero él es el que sabe, ¿no?
Salí
de ahí con un par de radiografías, a mi parecer, bastante deficientes y
costosas, con la camisa recortada, con un analgésico bajo la piel de mi
trasero, y con mi bella madre caminando a mi lado.
Nos dirigimos con el traumatólogo, un médico y especialista de a de veras.
Echó
un ojo a las placas y coincidió conmigo: esas radiografías son una
mamada, pero a pesar de ello, supo ver lo que éstas no dejaban muy
claro; fracturas por todos lados. El cúbito y el radio despostillados en
su punto común, además de que a éste último casi se le desprende la
corona, por casi un milagro no se partió completamente, pues, eso me
habría encaminado directamente a una operación no sé si complicada o no,
pero no quisiera descubrirlo. Adelante, no había tiempo que perder.
Doce
gotas de analgésico en la boca, y a maniobrar con mi brazo, tal como lo
haría un niño con una barra de plastilina. Prefiero no recordar los
dolores que esto generó. Existe el testimonio de mi madre acerca de un
llanto eminente, el cual no discutiré.
Recomendaciones: Medicamento, inmovilizador de hombro, reposo absoluto.
De
vuelta a casa, donde todo sería lindo y armonioso entre mi brazo y yo.
Que equivocado estaba, pues, el dolor y la incomodidad no saben o no les
nace dar tregua. Pero bueno, esa es otra historia igual de bonita.
No sé si se me permita dar un consejo… ¿?
Igual
lo haré: nunca salgan sin llaves y si lo hacen, no trepen por azoteas,
bardas, edificios, etc; no se lo dejen todo a la suerte, o si lo
prefieren a Dios. Sobre todo, hagan ejercicio; tendrán un cuerpo hábil,
ligero y fuerte que les permita reaccionar ante un mal cálculo cuando
salten de una altura de 2.30 metros…