II
(Antes de leer esta parte, quizás sea necesario leer la primera).
Despertó desnudo y tumbado tiritando de
frío en un cuarto oscuro. Hizo el esfuerzo para sentarse contra la pared más
cercana que lo dejaba de frente a la puerta, buscó sin hallar algo para
cobijarse, se abrazó las rodillas para mitigar el temblor. El único lugar por
donde entraba luz, era la ventanita de la puerta. Se
escucharon unas voces afuera, en lo que se imaginó que era un pasillo. Se
incorporó a pesar del dolor que le envolvía el cuerpo y caminó hacia la rejilla.
En cuanto logró llevar su mirada fuera de su celda, la vio a ella: la criatura
con forma femenina, hincada frente a un extraño altar de piedra. Oraba en una
lengua extraña. Sintió de nuevo ese pánico y su cuerpo comenzó a estrujarse
violentamente. Contempló el salón, era bastante grande, iluminado por velas. El
techo; que tenía forma de cúpula, tenía el mismo tono que el altar y que los
gruesos pilares que lo sostenían, que el suelo y que las paredes.
Todo olía a humedad, a podredumbre.
Movió la cabeza de izquierda a derecha recorriendo con la mirada la gran
estancia hasta contemplarla de nuevo a ella en su trance. Dentro de ese horror,
a pesar de saberse prisionero de aquellos monstruos, encontraba su cuerpo ágil
y fuerte como en los años de la adolescencia. Cerró los ojos, aguzó los oídos,
escuchaba perfectamente sus susurros pero no entendía las palabras de la mujer
al otro lado de la puerta, a pesar de eso, no encontró en ellas ningún tipo de
peligro. Más bien se le notaba contenta, incluso, su piel estaba ligeramente
rosada en las mejillas, era imposible calcular su edad. Lucía la ternura de una
niña y la madurez de una mujer. <<Es
hermosa>> pensaba Sam cuando ella volteó y clavó sus ojos en él. En
un rápido movimiento él volvió al suelo, saltó hasta el otro lado de la
habitación. Ahora sí estaba convencido de que sus habilidades físicas
aumentaron en una forma exagerada. Nunca se sintió así, ni siquiera en los
tiempos infantiles en que dedicó sus días al basquetbol.
Su mente comenzó a torturarlo con el
recuerdo de la noche en que fue atacado por ella y por otras dos horrorosas
criaturas. Al momento en que se escuchó llorar y gemir trató de calmarse, sabía
que era un prisionero y lo mejor sería
esperar a saber qué es lo que aquellos seres querían de él.
Escuchó el sonido metálico de una llave
deslizándose por el picaporte, la puerta se abrió rápidamente y de igual manera
la habitación se iluminó. Sam apretó la espalda a la pared, las uñas de sus
manos se enterraron en el suelo. Tenía una severa expresión de angustia. Esperaba
con el corazón a punto de explotarle dentro del pecho a que alguien entrara.
Comenzó a calmarse al ver que nadie
cruzaba el umbral. Gateó temeroso hacia fuera.
<<Hola, Sam>> nuevamente oyó su voz saludarlo. Volteó en
dirección del techo y la miró suspendida, de cabeza sobre el aire. El rostro lechoso
de la mujer albergaba la bella sonrisa, de la cual sobresalía el par de intimidantes
colmillos afilados recargados sobre su labio inferior, y los ojos llameantes
que estaban puestos sobre él.
Sam comenzó a gritar y patalear
histéricamente. Corrió hacia el gran salón sin percatarse de un escalón con el
que tropezó y cayó. El golpe fue tan fuerte que no pudo levantarse para
continuar su intento de escapar. Ella lo sujetó con inesperado cariño. <<Aún estás débil, amado mío>> le
dijo mientras le acariciaba el cabello. Acercó sus labios al cuello de Sam
y éste volvió a desmayarse.