Miró tras sus lágrimas la
fotografía de sus hijas y su esposa junto a él en navidad. Giró sobre su
espalda y dijo entre suspiros a la muerte:
– ¡Hazlo ahora! Por piedad.
Ésta se acercó y lo envolvió en
un abrazo maternal, recogió el brazo derecho,
dejando ver la mano desnuda de piel que colocó sobre su pecho. Su
corazón comenzó a dar saltos infinitos y rápidos. Ella le besó las mejillas y
su rostro se llenó de sangre. Su cuerpo se agitaba bruscamente y ella lo
presionaba contra el suyo infundiendo consuelo. Él buscó sus ojos, le dejó una
mirada de agradecimiento y de profundo amor. Caía la noche dentro de sus
párpados, el sueño sobre su conciencia que ya jamás despertaría.
Ella le besó los labios y lo
depositó suavemente sobre la alfombra. Al entrar la policía, ya sólo descansaba
en el piso un muerto de rostro sereno.
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