Salió muy temprano a recoger el
periódico.
Alrededor, no estaban los
amables vecinos de toda su vida. Estaba la mañana en silencio, un sábado
tranquilo, un tanto nublado y frío por la lluvia torrencial de la noche
anterior. Entró de nuevo a la casa. Fue hasta la cama, se echó encima de la
colcha. Más tarde, un niño le estaba gritando molesto. Él lo miró con asombro y
miedo, creyó que iba a golpearlo. Los gritos del muchacho eran incomprensibles
pero lo aterraban. Salió corriendo hacia la sala, buscando dónde ocultarse y se
encontró en el corredor con la madre del chico. Lo abrazó en cuanto lo vio.
Ella también le hablaba, pero no comprendía una sola de sus palabras.
Desconcertado escapó de sus brazos. Se sentó en un sillón de la sala y se puso
a ver la tv. Una pequeña que apenas si podía caminar lo miró desde el otro
sillón y comenzó a aplaudir. Lo llamaba con entusiasmo y le tiró una galleta al
suelo.
Él la miraba fastidiado.
Tampoco a ella le entendía nada de lo que decía, sólo “Roy”. Roy era una
palabra conocida, tan familiar que podía decir que ese era su nombre. <<Me llamo Roy>> pensaba. Le
contestó a la pequeña:
— Hola,
Michelle. ¿Cómo estás? — La niña comenzó a
llorar en el acto —. ¿Qué pasa? ¿Por qué
lloras?
Vino enseguida el hombre de la
casa, besó a la pequeña, la tomó en sus brazos, y se sentó junto a Roy. Comenzó
a acariciarle la cabeza mientras le hablaba. La misma palabra fue la única que
comprendió.
— Esto
es todo —gritó —.
Dejen de jugar conmigo. ¿Piensan que es gracioso?
Su estado fue tan alarmante que
vino toda la familia a reunirse en torno a él. Lo miraban y acariciaban con
afán de calmarlo un poco, pero éste sólo se desesperaba más porque su mente no
lograba discernir una sola palabra.
— Dejen de
burlarse —gritó.
Corrió a la calle con todas sus
fuerzas. Al salir de la casa alguien dijo en voz alta.
— ¿A
dónde vas, Roy?
Hizo una pausa, volteó. Buscaba
a la persona que dijo eso, pero sólo vio a un perro echado en el jardín.
— Dejen de
burlarse —repitió en un grito y volvió a
correr sobre la calle mojada.
Más adelante, los vecinos
agitaban las manos como saludándolo a la distancia y seguían hablando en un
lenguaje extraño. Se le acercaban y él retrocedía hasta que lo rodearon.
Miraba
sus caras, sentía sus manos sobre su cabeza. Escuchaba las voces de todos,
aturdiéndolo. No lo soportó más y gritó esparciendo a la multitud que parecía
aterrada.
Corría de nuevo. Sus ojos se embotaron de lágrimas, de miedo. <<
¿Qué les pasa? >> pensaba
<< primero me quieren hacer daño,
luego me juegan la bromita de hablarme en lenguas extrañas, me tiran la comida
al suelo y ahora resulta que todos me tienen miedo. ¡Malditos! Sería más fácil
que me dijeran que no me quieren cerca. >>
Llegó hasta el puente, subió
con dificultad a la baranda. Contempló el agua fría del río corriendo con
fuerza. Recordó los rostros de espanto de la gente de la que intentaba
defenderse. Se imaginó yendo con el agua río abajo, ahogándose poco a poco. Cerró
los ojos, estaba decidido a saltar cuando escuchó una voz. Volteó y descubrió
una silueta conocida.
— Askar,
¿qué haces aquí?
— Te
seguí todo el camino. Saliste corriendo como un loco de la casa. Te pusiste muy
mal cuando esas personas trataban de ser cariñosas en la calle, realmente las
asustaste, ¿en serio querías lastimarlas? —contestó
Askar.
— Askar,
¿de qué hablas? ¿No te das cuenta de la cruel forma en que planean deshacerse
de mí?
—
¿Deshacerse de ti? ¿Quiénes? ¿De qué hablas tú, Roy? Mira; no sé qué es lo que
te pasa, pero por favor cálmate, ven aquí abajo y platiquemos.
Roy bajó de la baranda, comenzó
a contarle, pero Askar lo interrumpió.
— Lo vi
todo, amigo. ¿Por qué crees que no entiendes las palabras de las personas?
— ¡Se
burlan de mí! Espera… tú eres un perro. Debo estar soñando, es una pesadilla. ¡Despierta,
despierta, Roy! ¿Cómo puedo hablar con un perro?
— Amigo,
¿qué piensas que eres tú? —preguntó Askar
haciendo un gesto hacia el suelo.
Roy agachó la mirada y en un
charco contempló su rostro.
— Un
perro… soy un perro… Entonces, ser humano era la pesadilla que me traje a la
realidad. ¡Jaja! Vaya, amigo. Esto es gracioso, ¿no?
— Tan
gracioso que casi te matas…
— Vamos,
Askar. ¿Qué esperabas? Si me creía humano, tenía que pensar como tal. Tenía que
sufrir porque tenía un problema y era
mi deber maximizarlo, me sentía
incomprendido por la gente. No sabía corresponder a su cariño, maltrataba a
quien se pusiera frente a mí…
— ¡Basta,
basta! —lo volvió a interrumpir Askar —. Deja de hablar así. Me asustas.
— Está
bien, amigo. Lo siento. Nunca volveré a ser humano. Seré un hermoso perro para
siempre.
— Eso
espero, amigo. Eso espero… Ven, vayamos a jugar con Michelle.
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